EL ARTE DE AMARGARSE LA VIDA
Autor: Paul Watzlawick
SINOPSIS
Desgraciadamente, para muchas personas que no
lo han leído, El arte de amargarse la vida, de Paul Watzlawick, este es un
pequeño librito asociado a dos categorías: la del best-seller y la de la
autoayuda. Solo lo primero es cierto, aunque echando un vistazo alrededor,
parece que no lo ha leído ni dios. No os dejéis llevar por prejuicios y dadle
una oportunidad a este pequeño opúsculo —disponible en la red sin problemas—
que es una apología de la ironía (un arte perdido en estos días mediocres) y el
sentido común (en constante naufragio dentro de las “heladas aguas del cálculo
egoísta” que definen al capitalismo). Os dejamos un pequeño fragmento para
abrir boca.
Las puertas de acceso a la vida desdichada
llevan unas indicaciones áureas. Formularon estas indicaciones el sentido
común, sin duda, el alma sana del pueblo o hasta el instinto por lo que acaece
en lo profundo. Pero, al fin y al cabo, el nombre que se dé a esta habilidad
admirable es muy secundario. Se trata fundamentalmente de la convicción de que
no hay más que una sola opinión correcta: la propia.
Una vez que se ha llegado a esta convicción,
muy pronto se tiene que comprobar que el mundo va de mal en peor. En este punto
se distinguen los profesionales de los aficionados. Estos últimos llegan a lograr
encogerse de hombros y resignarse. En cambio, el que es fiel a sí mismo y a sus
principios áureos, no está dispuesto a ningún compromiso barato. Puesto a
escoger entre ser y deber, disyuntiva importante que ya se trata en los
Upanishads, se decide sin titubeos por lo que el mundo debe ser y rechaza lo
que es. Como capitán de navío de su vida, que hasta las ratas ya han
abandonado, navega imperturbable hacia la noche borrascosa. Bien mirado, es una
lástima que en su repertorio falte seguramente un principio áureo de los
antiguos romanos: Ducunt fata voientem, nolentem trabunt, el destino conduce al
dócil, arrastra al desazonado.
Está desazonado, y por cierto de un modo muy
especial. Esto es, en él la desazón, en resumidas cuentas, se ha vuelto su
objetivo absoluto. En el esfuerzo por permanecer fiel a sí mismo, se convierte
en un espíritu de contradicción. No contradecir ya sería traicionarse. El
simple hecho de que los otros le sugieran algo, ya es motivo para que él lo
rechace, incluso cuando, mirando objetivamente, aceptarlo sería de su propio
interés. (Como se sabe, dice un aforismo notable que la madurez es la capacidad
de hacer lo que está bien, aun cuando los padres lo recomiendan.)
Pero el genio auténtico da un paso más, y, con
una consecuencia heroica, hasta rechaza lo que a él mismo parece ser la mejor
elección, esto es, rechaza las recomendaciones que se hace a sí mismo. Así, el
pez no sólo se muerde la cola, sino que se devora del todo. El resultado, en
fin, es un estado de desdicha que no tiene rival.
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